2 de abril de 2007

"Venice in fog" by Joe Hoynik (Photographer)

“Las cuatro estaciones” - Héctor Urruspuru

A Vivaldi, el “Prete Rosso”... (Cualquier parecido con “la verdadera historia”, en esta historia de personajes, lugares y tiempos cambiados o inventados... es mera coincidencia...)



I

Primavera (el comienzo)

¿Como explico que es del agua (no del aire)
desde donde nace el canto?


La gota de lluvia del color del granito,
que resbala por las piedras de la Catedral,
empuja en su impacto de gramilla
a la nota “LA” a la que tal vez, cambie más tarde,
por un rezo en “MI” bemol.

Se abren las ramas entalcadas de la primavera
se entrecruzan sexuales, para ser pintadas al óleo
lo hacen entre 2 melodías de agua fresca, llovida,
se tornan flor de duraznos salvajes
he imagino en un solo de violines
nubes de pétalos que resbalan por la piel del viento.


Primavera en los arcos de pelos que gimen
y un sol, al que buscan simular y danzar 2 siluetas,
interesa los bermellones y azules de un vitreaux,
los proyecta en el confesionario de roble antiguo
y en el rostro de un anciano que pide perdón.

Violoncello mágico (también)
que se aletarga entre mis manos
acentúo una música que me viene como desde el mar quieto.

Venecia es puente y riachuelos.

Pronto cenaré, vino y pan de centeno
en la piedad de mis huérfanas
quedó suspendido un acorde que me fue dictado desde el cielo.
Bendigo la frugal comida
se me ocurren 3 fraseos
le pido permiso a la estrella de diamantes, la estrella primera
para soñar con cuerdas percusiones vientos.

Yo, Antonio, el “Prete Rosso” inauguraré mañana al amanecer
La Primavera...

Yo, Vivaldi, por hoy descanso, por hoy duermo
en el silencio de la Catedral de San Marcos,
el pentagrama veloz de mis sueños.


II
Verano (el amor)

(Uno)

Fue un tiempo mi espíritu, un ave dentro de un hueco
con frío
con sed
con hambre.

La tormenta, musicalizaba líneas de nácar en el cielo
líneas de nácar entre las nubes
estío y estruendo de címbalos entre el viento.

Fui, un tiempo, una tormenta de verano, entonces.
Pero sin el calor perfumado de sus senos
a los que sostuve en un silencio de corcheas
su figura leve en los pasillos, era sonido entre mis dedos.

La amaba con mis labios apretados.
Con gestos claros que ella nunca sabría.

Elissa cantó un tiempo en mi coro.

(Dos)

Llamó mi puerta con escándalo de abierta
a Rembrandt y a Poussin.
A Giotto y a Moulins.
Y al juzgado sixtino, en pleno.

Se decidió al principio que la entornara,
luego tres días para olvidarla
y la purificación del agua.

Finalmente mi puerta de cedro se cerró
y con un rictus de gárgola, infierno y parto
dormí de rodillas en un rincón del cuarto.

Pero Elissa igual cantó un tiempo en mi coro.

Igual cantó un tiempo en mi coro.

El verano se hizo góndola y Piazza
mientras sus solos húmedos
acariciaban los caireles.
Y compartí con ella una tarde, té, en una taza
... té, en una taza.

Eso fue todo. Puente de los Suspiros. Nada más. Oratoria y Cantata.
Y compuse así, El Verano, y en una nota prohibida
(no diré cual)
dejé para siempre, vibrando a Elissa...
mi blanca y tibia, huérfana de la Pietá.


III

Otoño (la alquimia)

De acuerdo a la Alquimia, (en mí, no en ti)
“Ouroboros” (desde el uno hacia el uno)
fue tan solo color verde y rojo, sueños del Dragón
sobre los amarillos del naranjal;
un cielo que recuerda
al que intenta separar la tierra del fuego,
lo sutil de lo espeso
en un río filosofal
puentes
puentes
puentes (pero en mí, no en ti, el canto del gondolero).


Olvido lo que me dices
Hombre del camino de los trebolares
tus sueños de azufre y de sal
tus obsesiones de mercurio
y el grito silencioso del oro en el fragmento tercero.


Olvido... pero sé, son escaleras de símiles peldaños
en mis notas de laboratorio.
Nos moja la misma lluvia
la misma soledad.

Solo hay una pequeña diferencia latente
en mis violines, la risa está presente.

De acuerdo a la Alquimia
Hombre del camino de los trebolares
(hombre de septiembres y diciembres)
Aristóteles e Hipócrates tal vez, se disuelvan en sus cuerpos
para coagularse en el espíritu
espíritu de bajeles en nuestro mar de Autumnus
y nos dicten: “FRIO, SEQUEDAD, TIERRA” a ti
y “LA, SI, DO” a mí.



IV
Invierno (el final)

Desde el solsticio de diciembre (ocre en las hojas, morigeración en las ramas).
Hasta el equinoccio de mayo (brote tierno de la uva, sed del cáliz).
En el deambulatorio lento, absidiola, rosario y rezo
de todas las tardes decía, crepúsculo de fuego
en el paseo de nave-lateral cruce de la nave del crucero
persignación ante el Cristo y nuevo deambulatorio lento.
Decía, complejo, hermético, en símbolos
estallé de pronto en levedades
y compuse El Invierno.

Yo, Vivaldi,
7 días 7 noches en el campanario del Sud-este
traspasando al pentagrama cada latido del cielo.

Descansaba muy poco
refrescaba mis ojos en la Virgen de los Peregrinos
celebraba, de Piazzeta,
(lo luminoso, lo claroscuro)
su gusto por la amistad sus buenos vinos.

Descansaba muy poco.
Yo, Antonio, el “Prete Rosso”
viajé a Roma-piedra de una poesía nacida
hace algo más de un milenio,
apenas un milenio.
Y desde el Pórtico y la Columnata
y desde el Quirinale y Castelgandolfo (su esplendor)
volví pleno de fantasías
con un concerto para flauta en G Menor (La Noche).


Largo Adiós - Presto Largo - Presto. Largo y Allegro en Dios...
7 días 7 noches. Campanarios de mis manos
elevadas y en vuelo.

Fui, tal vez alguien diga
el representante de un tiempo.
Soy. En realidad.
Solo Antonio Vivaldi (tan solo eso).

Un prete... que está buscando la soledad del cuarto
casi en la vigilia, bajo el borde con nieve del invierno
para abandonar, por hoy, antes de dormir
sobre la mesa austera
aquel pentagrama veloz, de mis sueños.